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Política, Periodismo y otros

Feijoo, el cambio y las encuestas

En el 2009, los votos que habían dado cuatro años antes la victoria al PSOE en las elecciones gallegas ante Manuel Fraga, cambiaron de urna y engrosaron el casillero del PP de Alberto Núñez Feijoo

En el 2005, al contrario, las encuestas constataban que a los populares no le salían las cuentas, y había serias dudas de que Fraga pudiese mantenerse en el Gobierno. Ciertamente, con los 37 escaños que le otorgaba la demoscopia resultaba insuficiente. 

Habría cambio en Galicia: para eso se habían conjurado un buque monoscasco como el Prestige –que babeó con furia y saña «hilillos de fuel», como los llamó Rajoy, por las costas gallegas– y las muchas primaveras de un provecto y desgastado candidato tetraganador.

Sí.En el 2009, con un liderazgo en construcción, una campaña del PP enlamada, sucia, con alusiones y ficciones personales de todo tipo, y un apoyo mediático sobresaliente -de la prensa gallega y estatal- los populares lograron la mayoría absoluta. Feijoo sería presidente. Desde entonces, en once años, no se ha apeado del carro del poder. 

Bajo su égida, Galicia ha perdido chance en el mapa financiero, con una escandalosa privatización de las Caixas, ha descendido notoriamente en empleo industrial (Endesa, Alcoa…), la construcción naval apenas suma TRBCs y las tasas de paro juvenil han llegado al 33% pero, al parecer, la credibilidad de Feijoo apenas se resiente. Eso es lo que dicen las encuestas, que el presidente repetirá.

En el 2009, semanas antes del choque electoral, el partido se presentaba abierto; incluso varias encuestas daban por descontado el éxito del difícil binomio Touriño-Quintana y todo dependía en buena medida de la participación. A la postre, las previsiones fallaron y Emilio Touriño (PSdeG) y Anxo Quintana (BNG) abandonaron sus despachos para que Feijoo y sus huestes entrasen en San Caetano. Así lo habían querido los electores.

Los conservadores gobiernan Galicia desde comienzos de la Autonomía; excepción hecha de los dos años de Ejecutivo bipartito (1987-1989), con Fernando González Laxe al frente, y del período progresista (2005-2009), que pilotó Touriño.

El sistema clientelar, muy eficazmente alimentado desde la época Fraga, le ha venido funcionando al PP como una exclusiva maquinaria de precisión suiza. La escenificación moderada de Feijoo o su distancia adecuada de la convulsa orilla pepera madrileña están siendo suficientes para que vaya por delante en las encuestas. Su futuro a corto plazo, según resultados, se adivina a 600 kilómetros. Un clásico.

Las residencias gallegas no se han librado de la pandemia. En Galicia han fallecido 274 personas mayores, 130 sin hospitalizar, aunque ciertamente ha sido hasta la fecha una de las comunidades con menor incidencia del virus. Los recortes en sanidad (21% en atención primaria, equipamientos y personal) han erosionado gravemente el mapa sanitario gallego. 

La revuelta del paritorio de Verín, apagada a última hora por Feijoo, poco antes del confinamiento, estuvo a punto de convertirse en un incendio de proporciones imprevisibles. La presión popular obligó a la Xunta a su reapertura. Las encuestas en cambio no traducen este nivel de desafecto.

Con una precampaña marcadamente institucional (Nós diario ha contabilizado más de cuarenta intervenciones de media hora de Feijoo en la TVG durante el estado de alarma), el PPdeG lidera una casuística a la que se asoma la oposición con ánimo combativo, mas con cierto desaliento alternante, poco crono y un debate televisivo a siete para intentar revertir unos pronósticos, que le eran más proclives antes de la COVID-19.

No se perciben intensas corrientes subterráneas de cambio en Galicia, pero las apariencias pueden engañar. Habelas, hainas. El país arroja numerosos indicadores económicos negativos desde el año 2009 en que aterrizó Feijoo en la Xunta, sobre todo en materia de PIB y de empleo. Vamos, que hay más pobreza y menos trabajo. Galicia pincha también en el ámbito del I+D+i o las exportaciones. Economistas como Albino Prada, profesor de la Universidad de Vigo, lo han puesto de relieve hace unos días. Ahora bien, que este malestar se traduzca en cambio de ciclo político ya es viño doutra cepa, fariña doutra muiñada.

Con todo, la historia de la demoscopia peninsular, y no solo, alumbra importantes desfases. En 1993 ganó Felipe González contra pronóstico a José María Aznar; tres años después éste no lo castigó con la amplia mayoría que se vaticinaba: solo le sacó un punto. Artur Mas, en las elecciones del 2012, convocó a los catalanes para hacerse con la mayoría absoluta desde los 62 escaños: CiU descendió a 50. Y qué decir de Podemos, al que el CIS, en las europeas del 2014, apenas le otorgaba uno, y logró 1.200.000 votos y cinco escaños. ¿Dónde estaban entonces las encuestas?

Elecciones gallegas y el factor nacional

Al PSdeG (19,38%) le falta antena galeguista… Y si no es capaz de sintonizar con esa franja persistente del electorado le va a resultar bien difícil una reconexión high fidelity en Galicia. Fernando González Laxe y Emilio Pérez Touriño, los dos presidentes socialistas que ha tenido la nacionalidad histórica hasta la fecha, gestionaron teniendo presente esa clave. 

La llegada hace unos días de Juan Carlos Monedero con el mensaje de campaña de que el Gobierno necesitaba que le echasen una mano «desde los territorios» no pudo ser un discurso más equivocado. Una disrupción poderosa… «Outra vaca no millo», que diría el clásico… 

«Somos una fuerza política, junto con Anova y las Mareas, que nació para gobernar… Ahora empieza otra etapa en la que, estando en el gobierno, necesitamos los territorios. Somos un país plurinacional; un país autonómico, que es como si fuese federal», observó el profesor de Políticas.

Y es que el Gobierno progresista o su mensajero no pueden enfatizar por esa vía, sin asumir un riesgo considerable. Es lo que tiene la polisemia. El problema es el «necesitamos», que coloca al «territorio» en una posición inoportunamente subordinada, por más que explique después Monedero que «somos un país plurinacional». 

Ese mensaje así servido, que despide un cierto aroma colonial, es terreno abonado para el BNG, su directo competidor que, en pleno ascenso a la cumbre electoral, ha terminado por ser el receptor del voto de sus simpatizantes. El Bloque ha laminado el espectro Mareas, al queno obstante, solo le faltó un punto porcentual para obtener representación. Fue el gran fallo de las encuestas, que calcaron la cuarta mayoría absoluta de Alberto Núñez Feijoo (47,98%).

Sí, el de Galicia en Común ha sido, entre otras muchas cosas, un problema de coherencia en el relato o simplemente la escenificación descuidada de unas contradicciones no bien resueltas, inherentes al propio conglomerado de fuerzas políticas que integran el magma Mareas. Porque las elecciones gallegas se jugaban con un pico de expectativas muy alto para el BNG (23,80%), y Galicia en Común (3,93%) puso el foco sobre todo en el factor social, en un momento determinante de crisis Covid y sufrimientos sobrevenidos. (Podemos hegemonizó las candidaturas, los nacionalistas de Anova fueron compañeros de viaje, en posiciones de las listas mucho más delicadas).

Esta carencia de pálpito territorial, nacional, se hace evidente también en las siglas socialistas, nubladas por una campaña desafortunada, como congelada en un tiempo invernal. Gonzalo Caballero, un economista honesto, muy tardiamente aterrizado en el Parlamento gallego, donde se cuece casi siempre el cartel electoral autonómico, poco pudo hacer por hincarle el diente a la compleja y extraña contienda, más allá de su actuación en un debate televisivo en el que proyectó, sin estar mal, una actuación discreta.

La ausencia de un discurso más allá de las necesidades económicas y sociales de Galicia, la falta de vitola galleguista, que en otros tiempos le proporcionó la suma de cualificados activos, la proyección de una imagen sólida y distanciada lo suficiente del aparato de Madrid como para resultar atractiva –no olvidemos que son elecciones autonómicas: las elecciones nacionales de Galicia– son factores que ningún partido alternativo al PP debe desdeñar.

El PP jugó la baza del PNV. Feijoo convocó, y no por casualidad, las elecciones para el mismo día que el nacionalismo vasco. Empezó con pátina galleguista y terminó anunciando, con la victoria en la mano, un plan económico, para el que desea contar con el apoyo del BNG y PSdeG. También ha hecho algo similar Urkullu, con su plan a tres años para fijar empresas en Euskadi.

Si algo ponen en evidencia estas elecciones es que los factores galleguista y nacionalista han ido muy por delante. Feijoo lo entendió y jugó el partido a su manera: evitó la entrada de Cs y Vox y salió en las fotos de campaña con el machacón Galicia, Galicia, Galicia y las siglas del PP en minúsculas, por aquello de evitar el contagio Casado. Y adosado al eficaz marchamo del nacionalismo vasco moderado, que pone los pelos de punta al presidente del PP madrileño.

El BNG hizo su trabajo con una candidata joven pero ya veterana en estas lides, coherente en el discurso, con una buena gestión de las emociones, y que salió vencedora en el debate de la TVG. El Bloque repitió el sorpasso al PSdeG, como en 1997 el entonces candidato Xosé Manuel Beiras.

El debate y los indecisos

Los debates electorales a siete o a veintisiete, permítanme la boutade, hay que sufrirlos, por periodismo o por civismo, o por ambas cosas a la vez. 
Estos parlamentos, siendo un saludable e imprescindible ejercicio democrático, que debieran regularse siempre por ley, establecidos desde hace décadas en los países con largo pedigrí electoral, perderían buena parte del impacto si no vinieran acompañados de su correspondiente análisis simultáneo o posterior. Es decir, lo que cuenta es la opinión publicada, lo que se dice del debate, más que el propio intercambio de golpes.

Los cara a cara adquieren un determinante valor añadido por lo que comentan en las redes sociales gentes de distintos perfiles y pelajes y, sobre todo, por lo que dicen sobre ellos horas después analistas más o menos sesudos. En definitiva, por lo que cuentan los medios –analógicos o digitales– e inclusive, días después, el denominado periodismo lento (slow journalism).

Cuando un candidato a la presidencia ha estado flojo más le vale disponer de una buena brigada mediática si quiere contrarrestar la nocividad escénica que puede haber generado. Feijoo iría sobrado a este respecto.

La pregunta que todo periodista se formula desde que en el mundo se han sucedido las regueifas electorales es quién ha ganado o perdido el combate. La primera la celebraron los suecos en 1948 (desde 1956 en TV), mucho antes de que el Plan de Estabilización (1959) aliviara en España la autárquica economía franquista. 

En los duelos de antañano –a pares– Felipe/Aznar (1993, 9 y 10 millones de espectadores) o Zapatero/Rajoy, con su tan inquietante como increíble «niña», (2008, 13 y 12 millones), o en el muy anterior y ya clásico Kennedy/Nixon (1960, 66 millones) se introdujo lógicamente esta pregunta nuclear posterior a los debates: interesaba conocer quién era el winner y con qué argumentos o desmarques lo había logrado.

Todos arrojaron ganadores, perdedores o tablas y eso, en rigor, es lo que cuenta y no tanto la propia pelea de gallos que, en algunos casos, sin intermediarios, lógicamente también puntúa y es un espectáculo llamado a impulsar las audiencias.

En Galicia, tan elemental pregunta se obvió de partida en el duelo a siete en la TVG (127.000 espectadores, y un share del 15,8%, propala la propia tele) y ha sido sustituida en la práctica por el limitado tracking de campaña de un medio privado, sobre el que, obviamente, poco puede haber incidido una respuesta periodística inmediata al debate, porque curiosamente el columnismo televisivo del momento, en el apartado que propone este post, se fue a azul oscuro, casi negro.

El análisis posterior al debate transitó por lugares comunes, mucho menos comprometidos y más higiénicos que los insalubres charcos que había podido pisar el candidato a revalidar por cuarta vez la presidencia de la Xunta. Y es que Feijoo no había ganado, sin que hubiera sufrido necesariamente una derrota electoralmente irreversible.

Había que escibir la gesta, pues, con letra pequeña. Todo controlado. El guión oficial venía a decir que como era un debate a siete, el papel del presidente en la contienda era flotar como el corcho, con el lema Galicia, Galicia, Galicia por estandarte, a modo de salvavidas; como si el territorio fuese un ente capaz de autogestionarse sin el factor humano.

Con eso sería suficiente. Los medios en su práctica generalidad el día después compraron que Feijoo se mantuvo a flote. Para algunos rotativos salvó el «todos contra uno», para otros ganó pero, eso,sí: según los lectores de sus propias web. ¡¿Qué mayor apariencia democrática?!

Tuvo en su momento Galicia un candidato octogenario (2005), Manuel Fraga, y la cuestión de la edad intervino en campaña, tal vez poco conocedora entonces la oposición de que el asunto de los años conviene en lo posible aparcarlo, a no ser que alguien esté dispuesto a asumir el nada desdeñable riesgo que conlleva. 

Como el que corrió Walter Mondale frente a un Reagan setentón, que cuando le preguntó el conductor del debate si el calendario vital tenía que ser asunto de campaña, en realidad lo que hizo fue facilitar el misilazo republicano hacia su oponente demócrata. Reagan lo vio claro: observó que no iba a explotar con razones políticas la juventud e inexperiencia de su rival. En el debate de la TVG, ciertamente, la edad no jugaba esta vez el partido.

La oposición trajo a escena la pérdida de empleo industrial de Galicia, los recortes sanitarios, la privatización de las Caixas, el prolongado cierre de los centros de Día, la crisis de Alcoa, las electrointensivas, las subvenciones públicas a centros escolares que segregan al alumnado por sexos…

Pero, ¡vaya!, con tanta gente es que no se puede ni debatir, ¡chico-a!, y menos gobernar. Demasiado ruido. El pacto que anunció la oposición por boca de Antón Gómez-Reino (Galicia en Común), si le salían las cuentas después del 12-X, le resultó incomprensible y exótico al presidente candidato.

Las incisivas entradas de Ana Pontón (BNG), el ritmo económico altisonante de Gonzalo Caballero (PSdeG), la naturalidad de Pancho Casal (Marea Galeguista) o las lenes acusaciones de Beatriz Pino (Cs) al candidato de Vox, Ricardo Morado, porque solo aportaba «crispación», le resbalaban a un Feijoo que, a piñón fijo, garantizaba a los gallegos machaconamente estabilidad.

O yo o el caos. Una sintonía similar a la de Fraga en sus tiempos más eufóricos. Feijoo se olvidaba de que en solo seis países de la Europa a 27 gobierna un solo partido: Chipre, Dinamarca, Grecia, Malta, Portugal y Rumanía. En el resto, coaliciones y pactos. Como el que mantiene en Finlandia –ese gélido país tan poco avanzado– a la socialdemócrata Sanna Marin, que encabeza una coalición de centro izquierda. En Galicia hay una bolsa de indecisos del 30 %. ¡Ahí está el partido!

Una precampaña neandertal

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¿Qué hemos aprendido en la precampaña? Las matrices argumentales son de este jaez: ya se puede matar a los recién nacidos en New York (PP), aunque luego Suárez Illana, especialista en neandertales decapitadores de niñ@s, por si había dudas, nos aclaró que se había equivocado, que había metido la gamba. Y que, llegado el caso y la urgencia, siempre te quedará un finde en Londres para abortar, si llega el PP al poder. La sugerencia la ha hecho el campeón del mundo en la modalidad de lanzador de huesos de aceituna y secretario general del PP, Teodoro García Egea.
Hemos conocido desafíos de discoteca: nadie se atreverá a aguantarle la mirada a José María Aznar, por eso de la «derechita cobarde», que le espeta la extrema derecha a la derecha extrema…
También que Pablo Casado (PP) ha mandado a tomar «por el Exterior» a su hipotético socio de Cs, Alberto Carlos Rivera. Y que éste, en malévola compensación, lo ha puesto en la tele al frente del ministerio de Universidades.
Que hay «buscadores de huesos», los de nuestros antepasados, por ejemplo, que hayan sido fusilados con el golpe del 36 (Vox), y se encuentren en una cuneta o fosa, de las cientos y cientos que están pendientes de apertura en este país.
En clave foro coches, Casado ha hecho una excursión infantil por su afición a los utilitarios, e incluso ha interpelado al respecto a los niños. A las chicas, no, que los roles son los roles, y eso de los secretos de las cuatro ruedas se lo anota en exclusiva en el tablero de su conservadora masculinidad.
Hemos conocido, y solo nos ha sorprendido a medias, que el ministro Josep Borrell no encaja bien. Que tiene dificultades para moverse en un marco que no sea el que él ha establecido, cuando se le hacen preguntas molestas, por parte de periodistas avezados. O sea, que hacen su trabajo, y no están para formularle las preguntas que hubiera deseado que le hiciesen.
Demasiados políticos acostumbrados a que se las pongan como a Felipe II. Y no contento con la espantada en medio de la entrevista para una cadena alemana (solo retomada por consejo de sus asesores), remata la jugada hoy, en Quito, con un palmario ejercicio de egolatría: «Bastante paciencia tuve. A esta clase de personajes de vez en cuando hay que pararles los pies». Y es que de los presos del procés no quiere ni oír hablar. Ministro campando por sus fueros entre el erosionado maizal del periodismo patrio.
Alberto Núñez Feijoo también ha recibido su regalo, más o menos envenenado, de un supuesto Casado ganador el 28 de abril. Si la oferta de trabajo a Rivera fue de ministro de Exteriores, la efectuada a Feijoo constituyó un cheque en blanco. Será lo que quiera. Incluso presidente del PP, si Casado se estrella en las urnas, aunque no llegó a este grado de explicitud y compromiso. ¡Se verá!
Una precampaña muy instructiva, más esclarecedora que un voluminoso programa económico y social, del que, excepto Sánchez, Iglesias y adláteres, parecen huir todos los demás, portadores del prioritario estandarte del artículo 155 para Catalunya.
Mejor espectacularizar, sí. Pero sucede que esto no es exactamente un espectáculo, en el sentido guydebordiano. Es un sainete tragicómico, con inequívocos ribetes de reality gótico. La caspa, la naftalina y el ciprés se han adueñado de un paisaje preelectoral, ya de por sí sombrío para desempleados, mujeres, trabajador@s y demediadas clases medias. Éramos pocos y han entrado en juego los neandertales.

Intelectuales

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Pues como seguimos igual, o si prefieren parecido, insistiré, con el fallecido Pierre Bourdieu, en que no existe una auténtica democracia sin un auténtico contrapoder crítico, del que, el intelectual, en buena medida, debería formar parte; aunque vistas las reflexiones de algunos que en su día se intitularon así en este país, mejor abonarse a la descofianza eterna.
Suscribía Bourdieu (Contrafuegos,1999), el sociólogo que cargó duro contra la mundialización, que el trabajo de demolición del intelectual crítico, muerto o vivo, es tan peligroso como la demolición de la cosa pública, y se inscribe en la misma empresa global de restauración. Mutatis mutandis, lo es para el periodista crítico, no sin advertir que el célebre sociólogo sentía indulgencia por los intelectuales irresponsables, y le gustaban menos aquellos responsables «intelectuales», «polígrafos polimorfos, que hacen su puesta anual entre dos consejos de administración, tres cócteles de prensa y unas cuantas apariciones en televisión».
Ciertamente, los intelectuales -y no hablo de eruditos a la violeta- no siempre han estado a la altura de la responsabilidad histórica que les incumbe. De otra manera, cómo es posible que en este país se haya estimulado tan insuficientemente un debate serio y científico, tanto en las aulas como en las academias correspondientes, sobre las miserias patrias, que lo son de amplio espectro, e inciden tan negativamente en la vida de los ciudadanos. 

Un debate con trascendencia suficiente capaz de traspasar la, con frecuencia, bloqueante superestructura mediática.
Un debate, digo, que analizase con rigor histórico la forma de Estado actual, la cuestión catalana -tratada casi siempre de un modo biliar– la ignominiosa situación de las víctimas del franquismo, con resultado reparatorio, las cunetas de la vergüenza o la presuntamente «modélica» Transición, salpicada de crímenes repugnantes. Examinar con lupa el de dónde venimos, para saber adonde vamos y, sobre todo, adonde no debemos dirigirnos.
Una etapa de genética sórdida, de la que cuelgan todavía elementos como Billy El Niño, funesto personaje de la tabla periódica de la policía franquista, medallistas del terror, invitados, tal vez de honor, en una comisaría de la democracia, y que coadyuvan en la identificación de España con una democracia de baja calidad.
Efectivamente, hay un puñado de intelectuales irredentos en este país, ¡faltaría más!, pero se echa en falta que fueran legión, y administrasen a diario, a modo de crónica medicación, una prosa certera y una acción reparadora y original, para diluir la matriz turbia, casi atávica y medieval, que reina por estas latitudes.
Como periodista sostengo, y por no abandonar a Bourdieu, que una gran parte de esa producción intelectual, de esas elaboraciones de los científicos sociales, quedarían anuladas en los medios, a fuerza de ser filtradas convenientemente en la dirección que interesase. Existen, desde luego, las adaptaciones bien remuneradas. Pero en el siglo XXI no valen pretextos. Las posibilidades digitales de hacerlas llegar adecuadamente al público, en su integridad, es decir, sin censura ni sesgo, son evidentes. Los medios técnicos lo permiten. No valen excusas ni pesebres. ¡Aliméntese el debate! ¡Hágase la luz!

Do pan de Lula a Bolsonaro

Chegou Jair Bolsonaro. Asumirá o Goberno o un de xaneiro de 2019. Aterra no club do populismo protofascista, fanfarra e estrondo. Discurso radicalizado dun militar de extrema dereita, que se fixo un buraco alá polo 2013 coa eclosión da crise brasileira, e que predica sen titubeos dialécticos lei e orde, mentres defende de xeito totémico o mercado e a familia.
A democracia, o menos malo dos sistemas políticos posibles, dicía Winston Churchill, non ten logrado descabalgar nas urnas –no caso do Brasil e doutros países– o argumento falsario dunha dereita ultraliberal que fabrica fakes a velocidades de vertixe.
Escoito na Cadena Ser a unha votante brasileira do presidente electo. Subliña que antes votara ao Partido dos Traballadores, e que lle recoñece a Bolsonaro cousas polémicas que mesmo non lle gostan, pero despois de todo non vai casar con el. Só quere que Brasil progrese.
O populismo ten gañado a batalla da rúa na octava economía do mundo, aqueixada pola corrupción e convulsionada polo polémico procesamento do petista Luiz Inácio Lula da Silva, o que tiña maior proxección de voto antes da súa defenestración xudicial. Un Lula que ao pouco de pisar a presidencia (2003-2010) diminuira en cinco millóns a balanza de pobres do Brasil, para rematar ao final co sufrimento de 28 millóns de compatriotas.
O primeiro que fixera fora meter aos seus ministros nun avión e levalos ás zonas máis pobres do país, para que coñeceran unha realidade crúa e silente. O Brasil dos que malviven e non protestan. Era a maneira peculiar de actuación dun presidente que, segundo confesión propia, coñeceu o pan por primeira vez aos sete anos, para tratar de implicalos ao máximo no proxecto.
A intimidante dialéctica de Bolsonaro agora preocupa fondamente á intelectualidade progresista de Brasil, consternada polo seu futuro profesional e mesmo persoal. Non debe resultar estraño que, nos próximos meses, moitos estudantes, profesores e outras xentes da cultura fuxan a Europa en busca de osíxeno.
As augas no Brasil discorren ben turbias, aínda que o presidente fixo tres pronunciamentos tras lograr a vitoria: respectar a Constitución, a democracia e as liberdades; con acenos a un mercado que, dende a súa perspectiva, ten moito que ver cun capitalismo de grande empresa e moito menos coas pequenas sociedades. De entrada, Brasil vai cambiar as prioridades no que fai aos interlocutores nas súas relacións exteriores. Vai poñer a proa da nao deica os países ricos, hacia aqueles que lle poidan reportar valor aos produtos brasileiros. Bolsonaro é máis de relacións bilaterais que de foros internacionais.
O líder brasileiro dirixiuse á cidadanía primeiro dende facebook, despois dende a TV e novamente dende a mencionada rede social. Os xornais informan que o capitán é un político de extrema dereita, que defende a ditadura militar, ataca a activistas e á prensa; fai apoloxía das armas de fogo e non recoñece os dereitos das minorías. Cristalino. Nas últimas horas advertiu que os medios que non lle sexan afíns non obterán subvencións oficiais. Sóalles por aquí? Haberá que ver, como no caso de Donald Trump, ata que punto as institucións brasileiras son quen de acoutar o seu ultra-reprís. Porque reconducir o fenómeno Bolsonaro, poñerlle o axóuxere ao felino, non semella dende logo tarefa doada, cidad@ns.

España lúgubre

Toros, desfiles militares, procesiones, atávicas fiestas populares… La España actual es un lúgubre flash back. Una postal goyesca perfumada de esencias patrias, en donde la derecha que con viento de Levante tomó Perejil pretende ahora un Franco eterno en el Valle de los Caídos o, como mucho, enterrado en la catedral de La Almudena.
España es todavía un país perimetrado por cunetas óseas, producto del golpe fascista del 36, que derivó en el consiguiente conflicto bélico, que perdieron los demócratas. Sí, los demócratas, muchos de los cuales respaldaban una reforma agraria, que hiciera justicia y modernizara un país de mucho caciquismo y latifundio.
España es una geografía que sigue haciendo del turismo su monocultivo, en una balanza comercial sobrecargada de camareros y ladrillos rotos, en donde el I+D+i resulta una anecdótica ecuación.
España es una fábrica de emigrantes sobradamente preparados que, como los personajes de Pirandello, buscan un autor que les dé guión para poder vivir dignamente. Y mientras esto sucede, la nueva ultraderecha, en rigor, la rancia derecha de siempre, invita a poner banderas rojigualda en los balcones, como divisa inequívoca y excluyente, alejada de toda pluralidad territorial, por 900 euros de salario mínimo que pretenden PSOE y Podemos, para que los ciudadanos puedan pagar el alquiler y atender el atraco eléctrico. La postal española presenta hoy un claroscuro sospechoso. Es acaso la misma de antaño, lo que ha cambiado es el formato: ahora la venden en 3D.

Feijoo: Catalunya como pretexto

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Teño para min que o destes días, o debate que se pecha mañá no Parlamento galego, non é propiamente unha discusión sobre o Estado da Autonomía, e si un intento do presidente da Xunta, Alberto Núñez Feijoo, de colarse de novo no primeiro plano da política española, co argumento de que «toda rebelión ou sedición contra o Estado constitucional é un ataque directo a Autonomía galega».
Feijoo, con Catalunya como mal maior, pide axenda estatal e rexeita a súa amortización como sucesor de Mariano Rajoy. Escintileos a Madrid dende un faro autonómico debilitado, pero que lanza avisos para navegantes dispostos a aplicar de novo o artigo 155 da Constitución, contra un país mediterráneo irredento. Que o saiba vostede, señor Pablo Casado, por se tiña dúbidas: por estes lares populares non se desdeña outro 155, se fora preciso. No debate do 2017, Feijoo, en troques, chamou ao diálogo con Catalunya sen submisión ao independentismo.
E para Galicia, unha dose de galeguismo verbal para a ocasión e unha reivindicación dun Castelao «de todos os galegos»; que non se lle pode deixar á esquerda que patrimonialice ao autor de Sempre en Galiza e do cadro A derradeira lección do mestre, homenaxe ao fusilado Alexandre Bóveda, e denuncia da brutal represión franquista. De máis autogoberno galego, ren de ren. Iso, si, lembrou que Galicia é nacionalidade histórica, concepto que ao longo do curso político adoita caer en desuso.
O discurso presidencial foi rutineiro cara adentro, con escasos coellos na chistera; construído con vimbios moi trillados e, nalgúns casos, incertos, que supuxeron a exhibición duns vectores nada envexables e, dende logo, dificilmente disimulables na súa crueza.
En cinco anos, Galicia triplicou a súa débeda a respecto do PIB. No primeiro trimestre de 2018 era o 18,6 %. Recén aterrado Feijoo na Xunta, do 6,7 %. Así foi como deixou a situación o Goberno bipartito, no 2009. Un Executivo emperrenchado tanto como Zapatero en non recoñecer unha macrocrise, que xa levaba ano e pico zurrando a badana. Tampouco somos un territorio apetecible para o investimento estranxeiro. A queixa neste sentido da oposición socialista, do portavoz Fernández Leiceaga, no senso de que os fondos foráneos nunca acadaron, no último lustro, o 0,5 % do total estatal, foi acaída. Como a da deputada nacionalista Ana Pontón, cando botou en cara ao presidente un raquítico investimento en I+D+i, do 0,86 %, en lamentable competencia á baixa con Bulgaria.
O debate incluíu de novo o comprometido daguerrotipo de Feijoo co narcotraficante Marcial Dorado, recordado polo portavoz de En Marea, Luís Villares, a modo de recorrente presentación do adversario. Feijoo dixo ver con «tristura», «bochorno» e «amargura» o que está ocorrendo en Catalunya. Por un momento, inxenuo de min, pensei que se puña o mono de facer autocrítica para referirse aos máis de 180.000 parados que rexistra Galicia, á ralentización na lei de dependencia, á falta de profesor@s, médic@s, enfermeir@s… Pero non, Feijoo, unha vez máis, non decepcionou, e como a Alicia de Charles Lutwidge Dodgson, Lewis Caroll para os amigos, pintou un atractivo país das marabillas.

Feijoo, una de Jaimito

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En Galicia hace tiempo que prensa independiente y versión oficial del Gobierno suelen ser sinónimos, con excepciones muy concretas, con frecuencia ligadas a luchas internas de poder, que suelen dar apariencia crítica a lo que habitualmente es una constante oficialista. Últimamente, ni eso. Quiere decirse que se cuenta lo que le pasa al poder si el poder lo ha elaborado antes en su cocina mediática. Al periodismo le queda el edulcorante y el aseo redaccional, sin que falten desde luego buenas y hasta simpáticas crónicas de ambiente. Así las cosas, la interpretación de los hechos suele ser siempre coincidente. Faltaría más, para qué meterse en líos. Si el entourage dice que Feijoo renunció a la batalla de las Termópilas del PP por su parternidad, pues no hay por qué dudar. Palabra de presidente y punto redondo.
Una historia política de Jaimito, vaya, nos ha contado esta prensa tan encariñada con las subvenciones. La story (en inglés tiene el sentido de cuento frente a history) de un humanísimo y paternalísimo presidente de la Xunta que ha optado por pasear a su niño y llevarlo de paquete en bici por las calles de A Coruña, antes que enfrentarse a tirias y troyanos, para hacerse con el control ibérico del Partido Popular y optar a la presidencia del Gobierno de España. Una versión de prensa rosa, propia del Hola, pero impropia de los que se llenan la boca periódicamente con un periodismo independiente, que luego derivará únicamente en denuncia de unos males genéricos, por supuesto, causados por las políticas de la izquierda, aunque esta fuera oposición y no Gobierno.
Y sobre todo una versión que, aplicada a un político con larga trayectoria como Feijoo, resulta escandalosamente ridícula. No me preocupa el argumentario del amado líder. Allá él y su laboratorio de comunicación. Me preocupan las páginas fanzine aptas para despistados, pero que ya apenas despistan a nadie, y sin embargo dañan la credibilidad del producto informativo. Cada vez más producto y menos informativo.
Porque de las famosas fotos con Marcial Dorado, como motivo de reflexión, ni mu. Y soy de los que cree que esos encremados daguerrotipos hasta ahora no habían surtido un efecto corrosivo sobre Feijoo en la capital de España. Pero el momento es distinto, el insoportable tufo corrupto ha supuesto un cambio de Gobierno, y la cosa no está como para aperecer en primera línea con la estampa de un traficante de cosas feas. El propio Feijoo consultó a Fraga en su momento, y le indicó que había unas fotos por ahí de esta naturaleza textual, en la convicción de que se podía haber terminado su carrera política, pero el presidente de la Xunta entonces lo dejó seguir.
Y Feijoo se ha dado cuenta de que esta batalla, asistida de fotografías y dosieres, no era para él. La ex vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, que ha tenido durante años la llave del CNI, y María Dolores de Cospedal, que tanto «diferido» ha producido en este país, son contrincantes de «hai que roelo» ante las que Feijoo pliega velas, por si las fotos: habidas o por haber. Reviste lógicamente su decisión de amor a Galicia, inherente en principio a todo aspirante a presidir la Xunta.
Han pasado cosas en muy poco tiempo en España. El cambio de Gobierno se ha producido por el insoportable olor que despedían las sentinas peperas de la Gürtel. Y lo que queda. El nuevo contexto, por tanto, exige expedientes sin mácula, mirlos blancos, para una escena política, en fase de regeneración. Y, desde luego, no casa con fotos sospechosas, dudosas o medio pensionistas. Tal y como va el fuego, amigo o enemigo, Feijoo ha decidido ponerse a cubierto. Y lo ha hecho con las lágrimas tradicionales que ya vertía Fraga en este país, cuando quería conectar con su electorado y con la ciudadanía proclive a la causa popular. Creó escuela.
A Feijoo le queda enrrollarse en pátina presidencialista, y de hecho fue lo que hizo, cuando apeló a lo de no traicionar a los gallegos: a su compromiso con la comunidad. Esto y esperar. Si hubiera más fotos, como se ha rumoreado, si la jugada se complicase, podría haber tormenta, mucha tormenta, en Casas Novas, su residencia oficial. Pero eso es futuro, aunque probablemente no muy lejano.
Ha habido tanteo, se han medido fuerzas, se han cruzado informaciones y valorado fortalezas y debilidades, en este estudio Dafo del candidato. La imagen planchada y smart del presidente gallego en Madrid se difundía sin convulsiones, pero esas fotos, ahora, ¡ay, esas fotos ahora…! «No puedo fallar a los gallegos porque sería fallarme a mí mismo», explicó Feijoo en Santiago de Compostela, para justificar su rechazo a bajar a Madrid. Y la prensa se lo compró. ¡Vaya si se lo compró!.

Sánchez, Rajoy, Feijoo y un barco de lesa europeidad

 

Se lleva lo transversal, mientras el dinero no tiemble, claro. O precisamente para eso. Triunfan las reinterpretaciones socioliberales, las vueltas de tuerca lampedusianas, en constante reciclaje. De morir de algo, morir de éxito. Es quizá a donde apunta Pedro Sánchez con su Gobierno orbital, más neoliberal que socialdemócrata, como buen político Bilderberg.
Se lleva lo aseado, combinado con lo contradictorio y hasta lo frívolo: una reformulación de la cultura mosaico (Moles), construida con teselas más o menos biodegradables.
Lo mejor del nuevo Gobierno: el salto femenino, cuantitativo y cualitativo, que supone una justa reparación histórica, y que ha hecho enmudecer a los sectores más conservadores de la sociedad, interesados, como mucho, en un feminismo de márketing, pródigo en charlas de oportunidad; adosado estratégicamente a lo políticamente correcto.
No se trata de haber encajado con calzador a un grupo de mujeres, cremallera política en mano, sino de elegir entre un núcleo cualificado, que ha demostrado con anterioridad eficacia europea y autonómica en la gestión del laissez-faire y el laissezpasser. Pues no se pretende inventar la pólvora. El socialismo ya no está para eso.
Lo de las ministras fue lo mejor. Lo del barco Aquarius con más de 600 migrantes rumbo a Valencia, que llegará este domingo a puerto, ha sido el golpe de efecto internacional que necesitaba Sánchez para prestigiar su Ejecutivo y, de paso, restablecer la idea de una España solidaria, que recupera ahora la sanidad universal, y que ha bajado muchos enteros en el ránking de prestigio europeo, por la larga marcha de los ajustes y la corrupción pepera. Aunque en este caso, es el Viejo Continente, oblícuo e indolente el que se ha hundido en el infierno de la vergüenza.
Coraje, ciudadanía y civilidad, para evidenciar que la Europa de la doble identidad, humanista y colonialista, civilizadora y opresiva de los años 50, que tanto rechazo causaba a los intelectuales de izquierda, es todavía un lugar preñado de esperanza. Porque Europa también es la madrastra que se ausenta de la Eurocámara, en un noventa por ciento, cuando se trata de debatir el caso del Aquarius. ¿O debemos decir crimen de lesa europeidad?
Sánchez ha devorado en siete horas al ministro de Cultura, Màxim Huerta, nombrado con tanta celeridad como ha sido depuesto, por su complicado pasado fiscal. Se fue disparando contra la «jauría» que supuestamente lo ha sometido durante seis días a persecución implacable. No hay margen para la frivolidad. Se fue menos ejemplarmente de lo que cabría suponer. Lo que nadie ha explicado nunca lo suficiente es por qué vino. Unas horas después, Mariano Rajoy ha decidido renunciar al acta de diputado y volver a su despacho de registrador de la propiedad en Santa Pola. Pierde la inmunidad parlamentaria en estos procelosos tiempos de caja B. Pero, ¿es que realmente se había ido? Y mientras tanto, en Santiago de Compostela, Alberto Núñez Feijoo coteja fuerzas y apoyos. Su rival más poderosa, Soraya Sáenz de Santamaría. Feijoo está a un pasito de decir: ‘sí, quiero’. La prepotencia madridista en el fichaje de Lopetegui, con silbidos incluidos del público vip del palco del Bernabeu a un periodista de la Cadena Ser, resulta ilimitada. Lopetegui no es que pasara de la Selección es que optó raudo por la minuta de Florentino. Como patriotas de almoneda.