Feijoo, el cambio y las encuestas
En el 2009, los votos que habían dado cuatro años antes la victoria al PSOE en las elecciones gallegas ante Manuel Fraga, cambiaron de urna y engrosaron el casillero del PP de Alberto Núñez Feijoo.
En el 2005, al contrario, las encuestas constataban que a los populares no le salían las cuentas, y había serias dudas de que Fraga pudiese mantenerse en el Gobierno. Ciertamente, con los 37 escaños que le otorgaba la demoscopia resultaba insuficiente.
Habría cambio en Galicia: para eso se habían conjurado un buque monoscasco como el Prestige –que babeó con furia y saña «hilillos de fuel», como los llamó Rajoy, por las costas gallegas– y las muchas primaveras de un provecto y desgastado candidato tetraganador.
Sí.En el 2009, con un liderazgo en construcción, una campaña del PP enlamada, sucia, con alusiones y ficciones personales de todo tipo, y un apoyo mediático sobresaliente -de la prensa gallega y estatal- los populares lograron la mayoría absoluta. Feijoo sería presidente. Desde entonces, en once años, no se ha apeado del carro del poder.
Bajo su égida, Galicia ha perdido chance en el mapa financiero, con una escandalosa privatización de las Caixas, ha descendido notoriamente en empleo industrial (Endesa, Alcoa…), la construcción naval apenas suma TRBCs y las tasas de paro juvenil han llegado al 33% pero, al parecer, la credibilidad de Feijoo apenas se resiente. Eso es lo que dicen las encuestas, que el presidente repetirá.
En el 2009, semanas antes del choque electoral, el partido se presentaba abierto; incluso varias encuestas daban por descontado el éxito del difícil binomio Touriño-Quintana y todo dependía en buena medida de la participación. A la postre, las previsiones fallaron y Emilio Touriño (PSdeG) y Anxo Quintana (BNG) abandonaron sus despachos para que Feijoo y sus huestes entrasen en San Caetano. Así lo habían querido los electores.
Los conservadores gobiernan Galicia desde comienzos de la Autonomía; excepción hecha de los dos años de Ejecutivo bipartito (1987-1989), con Fernando González Laxe al frente, y del período progresista (2005-2009), que pilotó Touriño.
El sistema clientelar, muy eficazmente alimentado desde la época Fraga, le ha venido funcionando al PP como una exclusiva maquinaria de precisión suiza. La escenificación moderada de Feijoo o su distancia adecuada de la convulsa orilla pepera madrileña están siendo suficientes para que vaya por delante en las encuestas. Su futuro a corto plazo, según resultados, se adivina a 600 kilómetros. Un clásico.
Las residencias gallegas no se han librado de la pandemia. En Galicia han fallecido 274 personas mayores, 130 sin hospitalizar, aunque ciertamente ha sido hasta la fecha una de las comunidades con menor incidencia del virus. Los recortes en sanidad (21% en atención primaria, equipamientos y personal) han erosionado gravemente el mapa sanitario gallego.
La revuelta del paritorio de Verín, apagada a última hora por Feijoo, poco antes del confinamiento, estuvo a punto de convertirse en un incendio de proporciones imprevisibles. La presión popular obligó a la Xunta a su reapertura. Las encuestas en cambio no traducen este nivel de desafecto.
Con una precampaña marcadamente institucional (Nós diario ha contabilizado más de cuarenta intervenciones de media hora de Feijoo en la TVG durante el estado de alarma), el PPdeG lidera una casuística a la que se asoma la oposición con ánimo combativo, mas con cierto desaliento alternante, poco crono y un debate televisivo a siete para intentar revertir unos pronósticos, que le eran más proclives antes de la COVID-19.
No se perciben intensas corrientes subterráneas de cambio en Galicia, pero las apariencias pueden engañar. Habelas, hainas. El país arroja numerosos indicadores económicos negativos desde el año 2009 en que aterrizó Feijoo en la Xunta, sobre todo en materia de PIB y de empleo. Vamos, que hay más pobreza y menos trabajo. Galicia pincha también en el ámbito del I+D+i o las exportaciones. Economistas como Albino Prada, profesor de la Universidad de Vigo, lo han puesto de relieve hace unos días. Ahora bien, que este malestar se traduzca en cambio de ciclo político ya es viño doutra cepa, fariña doutra muiñada.
Con todo, la historia de la demoscopia peninsular, y no solo, alumbra importantes desfases. En 1993 ganó Felipe González contra pronóstico a José María Aznar; tres años después éste no lo castigó con la amplia mayoría que se vaticinaba: solo le sacó un punto. Artur Mas, en las elecciones del 2012, convocó a los catalanes para hacerse con la mayoría absoluta desde los 62 escaños: CiU descendió a 50. Y qué decir de Podemos, al que el CIS, en las europeas del 2014, apenas le otorgaba uno, y logró 1.200.000 votos y cinco escaños. ¿Dónde estaban entonces las encuestas?