luisvillamor's Blog

Política, Periodismo y otros

Mes: julio, 2020

Elecciones gallegas y el factor nacional

Al PSdeG (19,38%) le falta antena galeguista… Y si no es capaz de sintonizar con esa franja persistente del electorado le va a resultar bien difícil una reconexión high fidelity en Galicia. Fernando González Laxe y Emilio Pérez Touriño, los dos presidentes socialistas que ha tenido la nacionalidad histórica hasta la fecha, gestionaron teniendo presente esa clave. 

La llegada hace unos días de Juan Carlos Monedero con el mensaje de campaña de que el Gobierno necesitaba que le echasen una mano «desde los territorios» no pudo ser un discurso más equivocado. Una disrupción poderosa… «Outra vaca no millo», que diría el clásico… 

«Somos una fuerza política, junto con Anova y las Mareas, que nació para gobernar… Ahora empieza otra etapa en la que, estando en el gobierno, necesitamos los territorios. Somos un país plurinacional; un país autonómico, que es como si fuese federal», observó el profesor de Políticas.

Y es que el Gobierno progresista o su mensajero no pueden enfatizar por esa vía, sin asumir un riesgo considerable. Es lo que tiene la polisemia. El problema es el «necesitamos», que coloca al «territorio» en una posición inoportunamente subordinada, por más que explique después Monedero que «somos un país plurinacional». 

Ese mensaje así servido, que despide un cierto aroma colonial, es terreno abonado para el BNG, su directo competidor que, en pleno ascenso a la cumbre electoral, ha terminado por ser el receptor del voto de sus simpatizantes. El Bloque ha laminado el espectro Mareas, al queno obstante, solo le faltó un punto porcentual para obtener representación. Fue el gran fallo de las encuestas, que calcaron la cuarta mayoría absoluta de Alberto Núñez Feijoo (47,98%).

Sí, el de Galicia en Común ha sido, entre otras muchas cosas, un problema de coherencia en el relato o simplemente la escenificación descuidada de unas contradicciones no bien resueltas, inherentes al propio conglomerado de fuerzas políticas que integran el magma Mareas. Porque las elecciones gallegas se jugaban con un pico de expectativas muy alto para el BNG (23,80%), y Galicia en Común (3,93%) puso el foco sobre todo en el factor social, en un momento determinante de crisis Covid y sufrimientos sobrevenidos. (Podemos hegemonizó las candidaturas, los nacionalistas de Anova fueron compañeros de viaje, en posiciones de las listas mucho más delicadas).

Esta carencia de pálpito territorial, nacional, se hace evidente también en las siglas socialistas, nubladas por una campaña desafortunada, como congelada en un tiempo invernal. Gonzalo Caballero, un economista honesto, muy tardiamente aterrizado en el Parlamento gallego, donde se cuece casi siempre el cartel electoral autonómico, poco pudo hacer por hincarle el diente a la compleja y extraña contienda, más allá de su actuación en un debate televisivo en el que proyectó, sin estar mal, una actuación discreta.

La ausencia de un discurso más allá de las necesidades económicas y sociales de Galicia, la falta de vitola galleguista, que en otros tiempos le proporcionó la suma de cualificados activos, la proyección de una imagen sólida y distanciada lo suficiente del aparato de Madrid como para resultar atractiva –no olvidemos que son elecciones autonómicas: las elecciones nacionales de Galicia– son factores que ningún partido alternativo al PP debe desdeñar.

El PP jugó la baza del PNV. Feijoo convocó, y no por casualidad, las elecciones para el mismo día que el nacionalismo vasco. Empezó con pátina galleguista y terminó anunciando, con la victoria en la mano, un plan económico, para el que desea contar con el apoyo del BNG y PSdeG. También ha hecho algo similar Urkullu, con su plan a tres años para fijar empresas en Euskadi.

Si algo ponen en evidencia estas elecciones es que los factores galleguista y nacionalista han ido muy por delante. Feijoo lo entendió y jugó el partido a su manera: evitó la entrada de Cs y Vox y salió en las fotos de campaña con el machacón Galicia, Galicia, Galicia y las siglas del PP en minúsculas, por aquello de evitar el contagio Casado. Y adosado al eficaz marchamo del nacionalismo vasco moderado, que pone los pelos de punta al presidente del PP madrileño.

El BNG hizo su trabajo con una candidata joven pero ya veterana en estas lides, coherente en el discurso, con una buena gestión de las emociones, y que salió vencedora en el debate de la TVG. El Bloque repitió el sorpasso al PSdeG, como en 1997 el entonces candidato Xosé Manuel Beiras.

El debate y los indecisos

Los debates electorales a siete o a veintisiete, permítanme la boutade, hay que sufrirlos, por periodismo o por civismo, o por ambas cosas a la vez. 
Estos parlamentos, siendo un saludable e imprescindible ejercicio democrático, que debieran regularse siempre por ley, establecidos desde hace décadas en los países con largo pedigrí electoral, perderían buena parte del impacto si no vinieran acompañados de su correspondiente análisis simultáneo o posterior. Es decir, lo que cuenta es la opinión publicada, lo que se dice del debate, más que el propio intercambio de golpes.

Los cara a cara adquieren un determinante valor añadido por lo que comentan en las redes sociales gentes de distintos perfiles y pelajes y, sobre todo, por lo que dicen sobre ellos horas después analistas más o menos sesudos. En definitiva, por lo que cuentan los medios –analógicos o digitales– e inclusive, días después, el denominado periodismo lento (slow journalism).

Cuando un candidato a la presidencia ha estado flojo más le vale disponer de una buena brigada mediática si quiere contrarrestar la nocividad escénica que puede haber generado. Feijoo iría sobrado a este respecto.

La pregunta que todo periodista se formula desde que en el mundo se han sucedido las regueifas electorales es quién ha ganado o perdido el combate. La primera la celebraron los suecos en 1948 (desde 1956 en TV), mucho antes de que el Plan de Estabilización (1959) aliviara en España la autárquica economía franquista. 

En los duelos de antañano –a pares– Felipe/Aznar (1993, 9 y 10 millones de espectadores) o Zapatero/Rajoy, con su tan inquietante como increíble «niña», (2008, 13 y 12 millones), o en el muy anterior y ya clásico Kennedy/Nixon (1960, 66 millones) se introdujo lógicamente esta pregunta nuclear posterior a los debates: interesaba conocer quién era el winner y con qué argumentos o desmarques lo había logrado.

Todos arrojaron ganadores, perdedores o tablas y eso, en rigor, es lo que cuenta y no tanto la propia pelea de gallos que, en algunos casos, sin intermediarios, lógicamente también puntúa y es un espectáculo llamado a impulsar las audiencias.

En Galicia, tan elemental pregunta se obvió de partida en el duelo a siete en la TVG (127.000 espectadores, y un share del 15,8%, propala la propia tele) y ha sido sustituida en la práctica por el limitado tracking de campaña de un medio privado, sobre el que, obviamente, poco puede haber incidido una respuesta periodística inmediata al debate, porque curiosamente el columnismo televisivo del momento, en el apartado que propone este post, se fue a azul oscuro, casi negro.

El análisis posterior al debate transitó por lugares comunes, mucho menos comprometidos y más higiénicos que los insalubres charcos que había podido pisar el candidato a revalidar por cuarta vez la presidencia de la Xunta. Y es que Feijoo no había ganado, sin que hubiera sufrido necesariamente una derrota electoralmente irreversible.

Había que escibir la gesta, pues, con letra pequeña. Todo controlado. El guión oficial venía a decir que como era un debate a siete, el papel del presidente en la contienda era flotar como el corcho, con el lema Galicia, Galicia, Galicia por estandarte, a modo de salvavidas; como si el territorio fuese un ente capaz de autogestionarse sin el factor humano.

Con eso sería suficiente. Los medios en su práctica generalidad el día después compraron que Feijoo se mantuvo a flote. Para algunos rotativos salvó el «todos contra uno», para otros ganó pero, eso,sí: según los lectores de sus propias web. ¡¿Qué mayor apariencia democrática?!

Tuvo en su momento Galicia un candidato octogenario (2005), Manuel Fraga, y la cuestión de la edad intervino en campaña, tal vez poco conocedora entonces la oposición de que el asunto de los años conviene en lo posible aparcarlo, a no ser que alguien esté dispuesto a asumir el nada desdeñable riesgo que conlleva. 

Como el que corrió Walter Mondale frente a un Reagan setentón, que cuando le preguntó el conductor del debate si el calendario vital tenía que ser asunto de campaña, en realidad lo que hizo fue facilitar el misilazo republicano hacia su oponente demócrata. Reagan lo vio claro: observó que no iba a explotar con razones políticas la juventud e inexperiencia de su rival. En el debate de la TVG, ciertamente, la edad no jugaba esta vez el partido.

La oposición trajo a escena la pérdida de empleo industrial de Galicia, los recortes sanitarios, la privatización de las Caixas, el prolongado cierre de los centros de Día, la crisis de Alcoa, las electrointensivas, las subvenciones públicas a centros escolares que segregan al alumnado por sexos…

Pero, ¡vaya!, con tanta gente es que no se puede ni debatir, ¡chico-a!, y menos gobernar. Demasiado ruido. El pacto que anunció la oposición por boca de Antón Gómez-Reino (Galicia en Común), si le salían las cuentas después del 12-X, le resultó incomprensible y exótico al presidente candidato.

Las incisivas entradas de Ana Pontón (BNG), el ritmo económico altisonante de Gonzalo Caballero (PSdeG), la naturalidad de Pancho Casal (Marea Galeguista) o las lenes acusaciones de Beatriz Pino (Cs) al candidato de Vox, Ricardo Morado, porque solo aportaba «crispación», le resbalaban a un Feijoo que, a piñón fijo, garantizaba a los gallegos machaconamente estabilidad.

O yo o el caos. Una sintonía similar a la de Fraga en sus tiempos más eufóricos. Feijoo se olvidaba de que en solo seis países de la Europa a 27 gobierna un solo partido: Chipre, Dinamarca, Grecia, Malta, Portugal y Rumanía. En el resto, coaliciones y pactos. Como el que mantiene en Finlandia –ese gélido país tan poco avanzado– a la socialdemócrata Sanna Marin, que encabeza una coalición de centro izquierda. En Galicia hay una bolsa de indecisos del 30 %. ¡Ahí está el partido!