Ciberperiodismo contra pensamiento único

«Los medios no necesitan usuarios, sino lectores. No se trata de conversar con ellos; se trata de informarles, de saber qué les pasa y de lo que pasa a su alrededor y buscar los motivos, el contexto en el que eso se produce», sostuvo hace unos días la periodista Soledad Gallego-Díaz, premiada con el Ortega y Gasset, por su larga trayectoria.
No han pasado seguramente desapercibidas sus palabras en el ámbito periodístico; palabras de una profesional que ha sido corresponsal en varios países de Europa y América, directora adjunta, Defensora del Lector y, hoy, columnista del diario de Prisa. Forma parte además del consejo editorial del medio digital CTXT, fundado por un grupo de periodistas de El País, El Mundo o Repubblica.
Y esto es así porque ha metido el estilete, a mi entender, en las entrañas vivientes del periodismo digital, para reivindicar la función de la profesión de toda la vida, más allá del soporte y la tecnología. No debemos distraernos en la sobrealimentada tela de araña digital, que facilita y mucho la comunicación, lo que no significa necesariamente que contribuya en toda circunstancia, a generar individuos más y mejor informados.
En una entrevista reciente que le hice a Armand Mattelart, para la revista Tempos Novos (número 218), en Santiago de Compostela, el prestixioso comunicólogo belga relativizaba el papel de Internet como herramienta para la democratización. Subrayaba el rol de los medios como creadores de opinión, advertía del robo de datos en las redes y reclamaba una conciencia crítica sobre el uso de las nuevas tecnologías.
Cuando Gallego-Díaz habla de la necesidad de los lectores, que no de los «usuarios», está incidiendo realmente sobre el modelo de los cibermedios, pensados desde luego para informar pero también para atrapar lectores-consumidores de productos. Lectores, usuarios, que participan y en ocasiones tienen incluso más conocimientos y datos que el propio periodista que elabora la información. Profesional con el que pueden llegar a mantener un feed back intenso e impensable en épocas no precisamente remotas.
Desde el primer momento en que se produjeron las migraciones en Internet, a mediados de los noventa, los cibermedios aportan titulares, textos breves (no hacía falta incluir el tiempo estimado de lectura), interfaces básicas y, más bien, poca información.
Pero lo cierto es que la aparición del ciberperiodismo supuso el surgimiento de una nueva modalidad periodística. Las características de hipertextualidad, multimedialidad, interactividad, personalización y actualización constante, son distintas a las de otros soportes.
Ciertamente, el ciberperiodismo adquiere a lo largo de estos años una evidente y celebrada por muchos mayoría de edad, pero la advertencia de la periodista de El país, a modo de recordatorio, está ahí. Y no es baladí. Como la de Mattelart y otros científicos de la comunicación.
Sea como fuere, nadie puede negar que la naturaleza hipertextual de la red permite al usuario acceder a las fuentes primarias; que el periodismo participativo es low cost; que se acabaron las argumentaciones de piñón fijo, el pensamiento único, y se pueden leer noticias que escapan al control de los todopoderosos anunciantes.
Noticias que rehúyen los intereses económicos e ideológicos de grandes, medianas y pequeñas corporaciones, que con frecuencia destrozan el periodismo como función social, y convierten a estupendos profesionales en simples mamporerros de empresa. Recordemos siempre a Héctor Borrat: el periódico, actor político.
Y, por su puesto, que escapan al control de los gobiernos de turno; tan atentos en estos tiempos a subvencionar con dinero público a unos medios tradicionales infelizmente poco saludables.
Tenemos, en consecuencia, otras opciones para analizar el entorno, mediante la propia intervención ciudadana, que puede coparticipar en la definición de la agenda. Y eso sí que constituye un pequeño gran salto para el ciudadano o, si lo prefieren, un gran salto para la humanidad, en el universo de los cibermedios.

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